Aquella noche, la Vicepresidenta llegaba en auto a su residencia, escoltada por cuatro efectivos de la Policía Federal vestidos de civil. Al descender fue rodeada por una multitud de la que segundos después emergió un brazo blandiendo una pistola Bersa Thunder. La bala no salió y de milagro no ocurrió el hecho más grave desde la restauración democrática.